Magia en el albergue de tránsito
La historia de Josué*, un testimonio de lo que significa ser niños y adolescentes en contextos disfuncionales de una de las regiones más desiguales del planeta.
“El rey, la reina, el príncipe y su ayudante estaban todos juntos, felices, hasta cuando llegó el bufón a alborotarlo todo”. Así empieza el improvisado espectáculo de magia en uno de los dormitorios de Casa Nuestras Raíces, un albergue para niñez migrante no acompañada, a cargo de la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia (SBS) en la Ciudad de Guatemala, una tarde de marzo. El mago es uno de los cinco niños centroamericanos que se encuentran alojados ese día en el albergue de tránsito de la zona 3 capitalina. Esperan ser retornados como parte del procedimiento de atención a niñas, niños y adolescentes migrantes atendidos en territorio guatemalteco.
Juan* es un adolescente hondureño de 16 años, ojos vivaces y sonrisa siempre a punto de estallar, típica de su edad. Dispone las cartas en el suelo, las tres figuras más el as, distribuidas por palos en 4 grupos separados: las cuatro cartas de cuadros juntas a la par de las cuatro de flores, de corazones y de picas. “De repente” – Juan* saca un Jóker del mazo - “el bufón decide apagar la luz para crear pánico y alborotarlo todo”, anuncia. Agarra las 16 cartas del suelo y empieza a mezclarlas. “Cuando regresa la luz” - vuelve a poner las cartas al suelo y, mágicamente, los cuatro ases coinciden en el mismo grupo, tal como los cuatro reyes, las cuatro reinas y las cuatro jotas – “quien quería burlar, salió burlado” comenta el mago al finalizar con éxito su truco.
Se ríe Juan*, satisfecho por la buena ejecución de su magia, mientras dirige una mirada orgullosa a su mentor, quien, en el albergue, se desempeña como psicólogo.
Luís Estuardo Alvarado es uno de los tres profesionales que acompaña la estadía de las niñas, niños y adolescentes antes de ser devueltos a sus hogares, cuando existen, o mientras reciben una orden judicial que solucione su caso, en las situaciones donde se requiere protección internacional en Guatemala.
Las 72 horas que tarda un guatemalteco en ser reunificado con sus familias pueden alargarse a semanas enteras en el caso de un centroamericano, dependiendo de los trámites en los consulados o si es necesario una protección especial. En este lapso, Luís Alvarado se encarga de acompañar a los jóvenes en la elaboración del doble duelo que viven: el primero, por haber abandonado el lugar de origen, los seres queridos, la familia; el segundo, por haber fallado en el intento de alcanzar la meta, llegar al norte y conseguir el sueño americano. Alvarado y sus colegas apoyan la recuperación de las niñas, niños y adolescentes en el ámbito emocional, lúdico y ocupacional, ya que los niños se encuentran en una situación de encierro con la perspectiva de largos días a ocupar de la forma más proactiva, sin deprimirse.
En realidad, sobresale cierto entusiasmo de fondo entre los chicos que se están albergando esa tarde. De hecho, sin conocer a fondo la experiencia de vida de nadie de ellos, no es difícil imaginar el alivio que pueda sentir un adolescente en contexto migratorio, cansado por un número incuantificable de días de recorrido, hambriento, en algunos casos enfermo, seguramente asustado, a la hora de ser traído a una estructura donde es recibido con tres tiempos de comida al día, baños para lavarse, dormitorios para descansar, atención médica, un cuarto común para ver televisión, dos mesas de futbolines, una mesa de ping-pong, operadores sociales y psicólogos con quien charlar.
Alvarado cuenta cómo la estructura, apoyada por las Naciones Unidas, nace de las nuevas exigencias que se dieron durante el último año por la pandemia de la COVID-19 y la consecuente necesidad de contar con espacios más amplios para evitar contagios entre las niñas, niños y adolescentes. A parte, la implementación en Estados Unidos de la ley de emergencia nacional facilitó el traslado inmediato de cualquier migrante desde territorio norteamericano hasta su lugar de origen, incrementando de forma muy significativa el flujo de la niñez retornada.
Estos factores decretaron la necesidad ingente de ampliar el número de estructuras para la recepción de las niñas, niños y adolescentes adecuando el protocolo de recepción a las normas de distanciamiento para evitar contagios y permitir que en caso salir positivos a la COVID-19 pudieran recuperarse pasando la debida cuarentena en condiciones de seguridad ellos y los demás.
Alvarado cuenta que, en los primeros meses de vida del albergue temporal, desde abril hasta diciembre 2020, más de 3,000 niñas, niños y adolescentes fueron hospedados en la Casa Nuestras Raíces Guatemala. Y de enero a marzo de 2021, ha atendido a 340 niñas, niños y adolescentes guatemaltecos retornados y 124 extranjeros, principalmente hondureños y salvadoreños. El flujo sigue sin parar.
Josué*, otro chico hondureño que salió de Tegucigalpa el día de San Valentín, el 14 de febrero, empezó a sufrir la extorsión de policías corruptos sin aún haber cruzado frontera nacional, en San Pedro Sula, y que harto de lidiar con el hambre y el frío de la noche en la estación de buses de Santa Elena, Petén, decidió entregarse a las autoridades guatemaltecas tan sólo cuatro días después haber empezado la travesía.
En realidad, la tortuosa travesía de Josué* la empezó muy temprano, desde recién nacido, cuando su madre no lo reconoció como hijo legítimo. A los 6 años su padre murió y se quedó a vivir con su abuela paterna. A los 14 años peligrosamente se fue a vivir solo a Tegucigalpa con la esperanza de triunfar como mecánico, sin embargo, dada su vulnerabilidad cayo pronto en el negocio de las drogas, metiéndose en problemas y pleitos con las pandillas. Hasta que decidió huir definitivamente de todo, rumbo al norte. De hecho, Josué* ni siquiera tenía tan claro hasta dónde quería llegar, cuando se puso en camino. Simplemente quería huir y buscar una mejor vida.
Con una mirada fugaz y algo perdida, se nota que a Josué* le cuesta concentrarse, y que, a pesar de su joven edad, la vida le ha caído encima con todo el peso de la calle y el abandono familiar. En un principio, Josué* se niega en hablar, sostiene que su pasado ya pasó y que ya no quiere levantar nada de esta nube negra que envuelve sus tristes recuerdos. Luego agarra confianza, se relaja y vuelve a recuperar algo de la dulzura de sus 16 años, sonríe, habla y recuerda.
La abuela de Josué* ya no contesta a las llamadas que su nieto intenta realizar desde el albergue en Guatemala, y a falta de una familia dispuesta a recibirlo en su tierra nativa, fue sometido a un procedimiento legal donde tuvo que declarar su situación ante un juez. En la primera audiencia el juez lo envió a vivir a una casa hogar de la capital donde tendrá que esperar la sentencia, prevista para finales de marzo.
La disciplina impuesta en la casa hogar resultó inaguantable para el joven acostumbrado a la vida de calle, quien regresó momentáneamente al albergue temporal de la Casa Nuestras Raíces. Allí quisiera quedarse para siempre. Sostiene que Guatemala es un país lindísimo, aunque no haya dado ni un paseo por la ciudad ni por ningún otro lado del territorio nacional. Entusiasmado seguramente, por la novedad de un lugar en donde no se siente en constante riesgo de muerte. Josué* seguramente tendrá la posibilidad de un proceso de protección en Guatemala, aunque igual siente temor de ser repatriado, promete tragarse el orden y las reglas de cualquier casa hogar, en espera de cumplir los 18 y empezar su nueva vida en Guatemala. Ya no le importa alcanzar Estados Unidos, ni México, él sólo quiere una vida mejor lejos de la violencia.
La historia de Josué* un testimonio mucho más común de lo que se podría imaginar, de lo que significa ser niños y adolescentes en contextos disfuncionales de una de las regiones – el triángulo norte – más desiguales del planeta para la niñez y adolescencia.
En el medio de su travesía, Josué* tuvo la suerte de toparse con personas como Luís Alvarado, el mago psicólogo del albergue de tránsito, y de su metodología lúdica con la cual alivia los días de las niñas, niños y adolescentes, haciéndoles descubrir habilidades ocultas a través de pequeños trucos. Enseñándoles que no importa qué tan duro les haya pegado la vida hasta ahora, es siempre un buen momento para hacer de forma diferente las mismas cosas que se hacían antes. Confiando en el valor del esfuerzo, la paciencia, la constancia, como cuando se quiere aprender un truco de magia, porque la vida es como la magia, siempre te puede sorprender y regalar alegrías inesperadas.
La asistencia psicosocial y médica brindada a Juan* y Josué*, como a otras niñas, niños y adolescentes no acompañados en Casa Nuestras Raíces Guatemala, ha sido posible gracias al apoyo del Fondo de Respuesta y Recuperación de la COVID-19 en Guatemala de la ONU, así como por la Cooperación para el Desarrollo de Suecia, el Gobierno de Estados Unidos y BPRM.
* nombre ficticio para proteger su identidad.