Vivir huyendo
En el barrio, elegir la vida que uno quiere no es una opción, ni siquiera negarse a aceptar el destino de miseria y muerte que les toca a los jóvenes.
Mario no tiene nombre. No lo tiene desde cuando empezó a recibir las primeras amenazas en la comunidad donde nació y creció, hasta volverse prófugo.
Mario se quedó viudo cuando el más grande de sus dos hijos no había cumplido los diez años. Su esposa fue asesinada por los mismos muchachos con los que Mario solía compartir las tardes por los callejones estrechos de su cuadra, cuando eran niños. La asesinaron porque él no quiso volverse un miembro de la pandilla, no quiso resignarse a la ley del barrio que, en estos contextos de limitado acceso a oportunidades, significa delinquir, cobrar extorsión, matar… En el barrio, ese dédalo de gradas que suben y bajan las lomas de láminas de los asentamientos urbanos, elegir la vida que uno quiere no es una opción y, en la mayoría de los casos, no lo es ni siquiera negarse a aceptar el destino de miseria y muerte que les toca a los jóvenes, casi de cajón. Mario pagó su negativa a aceptar la ley del barrio con la vida de su esposa.
En el barrio desde el cual Mario tuvo que escaparse una noche, como un ladrón, con las pocas cosas que cabían encima de un pick-up alquilado a medianoche, ya no hay ni tiendas ni partidos de futbol los domingos, todos los negocios familiares han tenido que cerrar ahogados por la extorsión y hasta el sagrado momento de recreación semanal al aire libre se volvió demasiado peligroso por la constante amenaza de las balaceras que dominan el panorama acústico del lugar y lo arrasan todo.
Mario habla en voz baja, casi susurrando, al estilo de la gente humilde que nunca ha sido escuchada en su vida y que, rápido, aprendió que mejor así, para no “echarse color”, no atraer atención y problemas. A pesar de haber tratado de evitar problemas, no pudo hacerse invisible cuando la pandilla decidió que él también tenía que ser un miembro más de ella. Un año después de la muerte de su esposa, se marchó junto con sus dos hijos, su nueva pareja, Estrella, madre soltera, y la más grande de las tres hijas de ella. Juntos volvieron a desafiar la ley del barrio, marchándose, abandonando por primera vez en su vida los límites geográficos de la marginalidad urbana donde habían vivido hasta ahora. Juntos se sumergieron en una travesía que todavía no ha terminado.
Al principio, cada uno de los dos núcleos familiares se fueron a vivir a lugares relativamente cercanos a la colonia que habían tenido que abandonar, por separado, aprovechando el apoyo de familiares y conocidos. Pero las amenazas llegaron hasta allí. Y, luego, hasta al lugar de trabajo de Mario. Los cinco decidieron mudarse, por segunda vez, a una habitación que el jefe del trabajo de Mario les había ofrecido, pero tuvieron que marcharse de allí también a los pocos meses. “Es que nos estaban cazando” sostiene Estrella con el lenguaje del barrio que ella conoce a la perfección. A dos adultos y tres menores los querían muertos y, por eso, los estaban cazando, como a animales. Los tenían rastreados y los obligaban a vivir como ratones encerrados, tragándose el miedo, día tras día.
Después de haber cambiado de lugar por tres veces en menos de un año, ya desesperados, Mario y Estrella han tenido que reiniciar sus vidas nuevamente. Ahora, en la sala de un hogar seguro de la ciudad capital, donde se realiza la entrevista bajo el resguardo que ACNUR les está brindando desde septiembre 2020, ellos vuelven a pensar en su futuro, luego de que se identificaran sus necesidades de protección. Estrella, señala: “uno quisiera ahorrarles a nuestros hijos todo lo que hemos vivido y que ellos sepan que el mundo es diferente”.
En medio de esta travesía, Mario y Estrella han descubierto que lo que ellos consideraban normal, tal como vivir en constante amenaza, bajo la persecución de un grupo delincuencial, no es normal, aunque hayas nacido y crecido en condiciones de vida tan extremas como para hacértelo pensar. Descubrieron que hay organismos internacionales que velan por la seguridad de personas como ellos, se sintieron menos solos.
A pesar del apoyo que han empezado a recibir, la pandemia representó una limitante más para la actuación de las acciones de protección a su favor. Nuevamente, Mario, Estrella y sus hijos volvieron a cambiar de domicilio dos veces en un corto periodo de tiempo, debido a la presión de la caza del barrio. Durante el primer intento de hospedarse en casa de familiares, Mario descubrió una amenaza más, esta vez, proveniente de su propio contexto familiar: un tío que intentó abusar de su hija.
Mario y Estrella son sobrevivientes, prófugos, refugiados… probablemente sobrarían las terminologías para describir la condición sobrehumana en la que llevan viviendo los últimos años de sus vidas. Mario y Estrella tienen hijos, menores de edad que llevan el mismo lapso viviendo en el terror, en constante mudanza, olfateando el miedo a cualquier ruido inesperado que se produzca de noche, o de día, en la última trinchera que ellos definen casa, a la espera de encontrar una solución duradera a su situación. Con el apoyo de ACNUR, llevan dos meses recibiendo un apoyo económico que les permite sobrevivir. Pero, “¿qué haremos cuando las escuelas vuelvan a abrir y nuestros hijos tengan que volver a clases presenciales?”, se pregunta Estrella. “Allá afuera nos están cazando”.
(Mario y Estrella son nombres ficticios)