Hilando derechos humanos en Guatemala: la lucha de las tejedoras Mayas
La pandemia trajo desempleo, escasez y pobreza, que se sumaron a la histórica precariedad económica de los pueblos del altiplano guatemalteco.
Martes 23 de febrero de 2021. Por la mañana el mercado apenas empieza a revivir algo del fervor habitual que se solía percibir antes de la pandemia. Frente a la fachada de la catedral de Santo Domingo, Sacatepéquez, el tradicional ruido de los vendedores y el paso frenético de los clientes, mezclados en un torbellino de colores y olores apenas empieza a cobrar nuevamente vida, lentamente, después de tantos, demasiados meses de restricciones debido a la pandemia. Como en cualquier otro lugar del país la pandemia trajo desempleo, escasez y pobreza, que se sumaron a la histórica precariedad económica de los pueblos del altiplano guatemalteco.
En el patio de la casa de Ángela Felicita Sujuyuj, el leve sonido del telar de cintura nunca se detiene. Hoy la acompañan Gloria Estela García y Marta Elisabeth Hernández. Las tres son integrantes del consejo de tejedoras del pueblo, socias del Movimiento Nacional de Tejedoras y fundadoras de la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez - AFEDES -. Junto a sus telares llevan una vida de lucha y resistencia en defensa de los derechos de las mujeres indígenas y sus expresiones ancestrales, las cuales se reflejan en sus trajes tradicionales.
Gracias a su organización establecieron un antecedente histórico. El 6 de noviembre de 2020 lograron ocupar las portadas de la prensa nacional, cuando la Corte de Constitucionalidad - CC -resolvió a su favor una acción legal en contra del Instituto Guatemalteco de Turismo - INGUAT - por utilizar la imagen de las mujeres tejedoras como objeto de comercialización y folklorización. En la acción de amparo interpuesta se denunció la exclusión sistemática, en especial de las tejedoras, como beneficiarias directas de los ingresos que genera el Estado a través del turismo. Eso pese a que sus rostros son utilizados para promocionar la marca «Corazón del Mundo Maya», lema bajo el cual se promueven las visitas de turistas al país. El Movimiento Nacional de Tejedoras reclamó que el INGUAT se abstuviera de continuar con estas prácticas y que el Estado adoptara medidas administrativas y políticas públicas que incluyan beneficios para las mujeres indígenas tejedoras. En su fallo a favor, la CC solicitó al INGUAT que, «implemente mecanismos de participación adecuados que permitan la participación real y efectiva de los distintos colectivos de pueblos indígenas en la formulación y diseño de políticas públicas en la materia, específicamente aquellas susceptibles de afectar sus derechos, por medio de representantes legítimos, elegidos conforme a sus propias formas de organización».
Esta no es la primera victoria judicial del Movimiento Nacional de Tejedoras. El Movimiento nació en 2014 con más de 600 tejedoras y el acompañamiento de AFEDES. Con su creación inició la batalla legal para reclamar el reconocimiento y protección de los derechos de autor de los diseños, textiles e indumentarias, contando a lo largo del camino con la asistencia técnica de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos - OACNUDH -, apoyo que continúa en la actualidad. Fue así como dos años más tarde, en 2016, el Movimiento presentó una acción de inconstitucionalidad ante la CC, solicitando la modificación de algunos artículos de varias leyes, incluida la Ley de Protección y Desarrollo Artesanal y la Ley de Derechos de Autor y Derechos Conexos, para garantizar el derecho de propiedad intelectual colectiva, en especial de los textiles e indumentaria de los pueblos indígenas. En 2017, la CC emitió una histórica sentencia exhortando al Congreso de la República a emitir una ley específica que establezca mecanismos de protección de la propiedad intelectual colectiva de los pueblos indígenas. Sin embargo, a la fecha, esta ley aún no ha sido aprobada.
Con una mirada firme, Angelina Aspuac, coordinadora del Movimiento Nacional de Tejedoras y representante común en los procesos judiciales mencionados, explica que la reciente batalla legal va más allá de la pelea jurídica: “se trata de dignidad, porque mientras nada de esto cambie, somos nosotras, las mujeres tejedoras, las que seguimos pagando el costo económico y las que subsidiamos a aquellos que lucran con nuestros textiles. Es más sobre dignidad que otra cosa”.
Dignidad. El sentimiento de amor propio vinculado a la pertenencia étnica y cultural de un territorio y su reivindicación en un país donde el racismo y la exclusión son palpables. Eso ha sido el reto de toda una vida para las mujeres de AFEDES. Lo explica con una sonrisa y lenguaje muy directo, Gloria Estela García, mientras sus compañeras no quitan la mirada en los hilos que siguen tejiendo. Originaria de Totonicapán, Gloria explica que empezó a darse cuenta de lo que era el racismo en Guatemala a los 7 años, cuando empezó a realizar tareas de trabajo doméstico en casas de vecinos. Empezó a sentir el desprecio de clase, la discriminación que recibía por ser la “muchacha” de la casa, la “sirvienta”. Esta condición se cristalizó dramáticamente a los 11 años, cuando, por necesidad, fue a buscar trabajo a la ciudad capital. “Desde que me discriminaron yo jamás volví a trabajar de eso, aun si tuviera que comer solamente tortillas con sal, ya no vuelvo a trabajar en casas”, dice, absolutamente convencida, García. Al mudarse encontró que en Guatemala existían dos mundos paralelos: el mundo de los ricos, y el mundo de los pobres, indígenas y mestizos. “Agachá la cabeza, me decía mi madre cuando yo protestaba, pero yo no la agachaba, por eso siempre duré poquito en los lugares de trabajo” sostiene con orgullo García.
En su adultez, viviendo en Santo Domingo, Sacatepéquez, García encontró su principal arma de defensa contra la discriminación: la organización colectiva. En 2009, se unió con otras tejedoras para crear el Consejo de Tejedoras, como respuesta a las amenazas que sus integrantes tuvieron que enfrentar en defensa de su identidad cultural indígena, y sus derechos como trabajadoras y comerciantes.
El Consejo de Tejedoras tuvo que protegerse de varios intentos de apropiación de sus técnicas de trabajo por parte de instituciones y particulares que, a lo largo de la última década, han tratado de adueñarse no sólo de sus productos, sino de los derechos de producción, violando el legado cultural que el traje típico representa en la identidad cultural de los pueblos indígenas. En principio, las visitas de personas empresarias y de algunas instituciones eran bienvenidas: como comerciantes, las mujeres necesitaban ampliar su red de ventas en el país. Pero, rápidamente entendieron el engaño. “Nos asustamos” cuenta García con respecto a la última visita, cuando resultó evidente que personas ajenas a su comunidad iban imponiendo formas de producir diferentes y, sobre todo, con el propósito de adueñarse de los derechos de producción de sus tejidos. “Cómo va a ser eso que va a ser su diseño, si yo estoy plasmando allí mi propio diseño… y que ni fuera mío, si es de la población, porque yo lo he traído de mis ancestros”, denuncia la tejedora. Comercializar cultura, vender identidad, sin, además, reconocerles a las depositarias un precio – por si de un precio se tratara de discutir – justo.
La gota que derramó el vaso fue cuando una empresaria capitalina, en sus tiempos de estudiante universitaria, se acercó a García con el pretexto de realizar un estudio sobre las tradiciones culturales del lugar vinculadas al tejido típico, y unos años después, empezó a promover su línea de bolsos típicos por los cuatro vientos en las redes sociales. Cuando García se enteró que los videos promocionales, grabados durante las amigables sesiones de estudio de campo de la universitaria llevaban su rostro como protagonista, se indignó al punto tal que interpuso una denuncia en el Ministerio Público. La fiscal que recibió su demanda cuestionó las razones del enojo de la tejedora, argumentándole que no era un mal que la exclusiva línea de bolsas típicas llevara el nombre de la virgen María, tal como, en el imaginario racista común del país, todas las mujeres indígenas del altiplano. “Tuve un sentimiento muy encontrado, no sabía si reírme o explotar de cólera” comenta García al respecto.
Las batallas de las tejedoras en defensa del patrimonio cultural no solamente han pasado por salas de tribunales. El año pasado, el mundo entero se paralizó frente al peligro de la pandemia y la recesión económica fue notable por todos lados. Nuevamente, en Santo Domingo, Sacatepéquez, la organización logró crear un sistema de solidaridad interna donde quien tenía un poco más apoyaba al más necesitado, pero los meses fueron largos y todavía, argumentan las mujeres tejedoras, la crisis no ha terminado.
Durante el confinamiento, la OACNUDH siguió en contacto con Angelina para impulsar el cumplimiento de la sentencia de la CC. En una de las conversaciones, Angelina solicitó a la OACNUDH realizar una acción que pudiera aliviar, siquiera un poco, la situación de precariedad en la que se encontraban las tejedoras que se habían quedado sin ingresos ante la imposibilidad de vender sus productos. De esa conversación surgió una acción específica: la compra, por parte de la OACNUDH, de 3.000 mascarillas elaboradas por las tejedoras. Las mascarillas llevarían consigo una breve historia del Movimiento y de la reivindicación de sus derechos.
“Las 3.000 mascarillas han servido para aliviar un poco la crisis económica de nuestros hogares” comenta Angelina . Además, explica que, a través de este nuevo modelo de cooperación con la OACNUDH, se pudo distribuir las mascarillas a órganos diplomáticos e instituciones del país “cumpliendo con la estrategia de mantener alta la atención política sobre nuestro caso y promover la ley a favor de los derechos culturales y económicos de las tejedoras mayas, estancada en el Congreso”.
Mika Kanervavuori, Representante de la OACNUDH en Guatemala, remarca: “tuve la oportunidad de conocer de primera mano la labor que realiza el Movimiento Nacional de Tejedoras y la organización AFEDES cuando las visité en Sacatepéquez el año pasado. Su compromiso para reclamar los derechos de propiedad intelectual colectiva sobre sus tejidos e indumentaria es admirable. Espero que el tejido social, económico y político de los esfuerzos que realiza el Movimiento vea sus frutos en futuro cercano”.